Reflexiones Acerca de un Centenario

10 de Septiembre de 1997.

El próximo año se conmemorará el centenario del fin de la dominación española en Cuba y del inicio de la primera intervención militar norteamericana en las islas. Casualmente, fue un 1° de enero de 1899, cuando se hizo el traspaso de poderes de España a los EE.UU.

Exactamente 60 años más tarde, triunfó una revolución armada que, de orígenes democrático-burgueses, devino totalitarismo marxista-leninista.

¿Era posible alcanzar ese fin como la real intención de parte de sus promotores, o las circunstancias geopolíticas del momento le allanaron el camino?

Ahora no hay dudas de que existía en la dirección de la revolución una fuerte tendencia y un compromiso de varios de sus líderes hacia la izquierda, pero el pueblo cubano nunca tuvo vocación materialista y jamás se acostumbró a vivir en la opresión.

Probablemente pocos pueblos de la América hispana, hayan apoyado tan masivamente el triunfo de un proceso político-militar como el pueblo cubano en enero de 1959. Pero la mayoría de los cubanos, por sus raíces, su cultura, sus tradiciones, su religiosidad, amén de las aportaciones recibidas de nuestros cercanos vecinos anglosajones, no sentían nada por el totalitarismo y sí por la libertad, la democracia, la justicia social y la ideología martiana.

En el devenir de los últimos ya casi 40 años, muchas cosas han cambiado en el mundo. Sin embargo, la nación cubana sigue paralizada, dividida, enfrentada consigo misma y a la hostilidad de los gobiernos de los EE.UU. que mantienen un bloqueo injusto, inmoral e inoperante, que sólo sirve para aislar más al pueblo de Cuba, potenciar sus sufrimientos y justificar a sus opresores, colocando al régimen cubano en el lugar del David contemporáneo.

A los opositores pacíficos dentro de Cuba, por obra y gracia de esta injerencia continuada en nuestros asuntos, se nos acusa de agentes del imperialismo, quintacolumnistas, apátridas y cuantos pretextos sirvan para hostigarnos, reprimirnos, encarcelarnos e, incluso, expatriarnos. Pero hay más. El bloqueo y la política hostil de los EE.UU. contra Cuba, sólo han servido, hasta el presente, para justificar cuanta ineficiencia e insuficiencia competen al sistema socialista imperante en las islas.

¿Por qué se ha mantenido?

Si intentáramos encontrar una respuesta coherente a nuestra realidad político-social actual, tendríamos que mirar atrás en nuestra historia como pueblo y como nación, recordando hechos notables y sus causas independientemente de la pluralidad de lecturas que éstas puedan tener.

Antecedentes del pasado reciente.

La guerra revolucionaria que triunfó el 1° de enero de 1959, había basado su programa y fundamentado su razón en el propósito de restablecer el orden constitucional y jurídico interrumpido por el golpe militar del 10 de marzo de 1952 realizado por el Gral. Fulgencio Batista, barrer la corrupción administrativa, reformar la agricultura - redistribuyendo la tierra y modernizando la producción agrícola -, desarrollar la educación y la salud pública, industrializar el país, proteger a los menos favorecidos - que siempre son los más - y redistribuir mejor las riquezas en la sociedad.

En aquellos tiempos, y aun ahora, hay quienes opinan que la revolución no era necesaria, que Cuba ocupaba un lugar privilegiado entre los pueblos de la América hispana y ofrecen datos estadísticos, cifras y comparaciones con éstos, para justificar sus opiniones.

La primera, y más aún, la segunda intervención militar norteamericana en Cuba en los inicios del siglo que ya termina, nos dejó una nación política y económicamente dependiente, lastrada por la Enmienda Platt y controlada por el poder económico y político de los intereses de los EE.UU.

La corrupción imperante en las islas, las luchas por el poder, la enajenación de nuestras riquezas naturales, el empobrecimiento de las mayorías y el entreguismo de los políticos de turno, eran la cruda realidad de los tiempos. Era la Cuba de los "Generales y Doctores", como dijera Carlos Lobería.

Las revoluciones sociales no ocurren espontáneamente, sin causas muy concretas.

En Cuba era necesario un cambio. Pero desde el primer momento del triunfo revolucionario y, aun antes, se hizo patente la oposición norteamericana a estos planes y la reacción no se hizo esperar.

No hay dudas de que el gobierno de los EE.UU., presidido entonces por el Gral. Dwight D. Eisenhower, no estaba preparado políticamente para aceptar ese desafío, y menos de Cuba.

En la misma década del fin de la guerra de Corea y, en plena guerra fría entre Occidente y los países comunistas, optaron por las fórmulas ya en ellos tradicionales para la época en América.

El discurso prepotente, las amenazas, los sabotajes, el terrorismo, las invasiones, el aislamiento político y el bloqueo económico, fueron las medidas tomadas contra Cuba y, paradójicamente, fueron éstas las que le dieron a la dirección de la revolución, los avales y la justificación para radicalizar sus posiciones y justificar sus acciones.

Toda esta política era ejercida por los gobiernos de los EE.UU. en nombre de la libertad, la democracia y el bien del pueblo de Cuba. Sin embargo, esta historia reciente ha demostrado otro aspecto de la cuestión.

Cada vez que sus intereses políticos o de cualquier tipo, han peligrado, los gobernantes de los EE.UU. han obrado, abiertamente, según su propia conveniencia.

Ahí están los ejemplos de la invasión de Playa Girón; cómo luego de orquestarlo todo, la abandonaron a su suerte por intereses políticos. Cuando la Crisis de los Misiles, en octubre de 1962, pactaron con los soviéticos e hicieron concesiones de no agredir a Cuba. Cuando los secuestros de aeronaves civiles comenzaron a crearles serios problemas, dialogaron y pactaron con el gobierno cubano; o en las relaciones migratorias entre los dos países, cuando necesitaron organizar y controlar ésta, negociaron y firmaron acuerdos con Cuba.

Sin embargo, la medida que más tiempo se ha mantenido, y que salvo disminuir se incrementa constantemente, el bloqueo, y de hecho la raíz del diferendo Cuba-Estados Unidos, sigue inalterable. ¿Por qué?

Antecedentes del pasado lejano.

Hace casi dos siglos, Thomas Jefferson, 3er. presidente de los EE.UU., informó al ministro inglés en Washington, el 20 de octubre de 1805, que si los Estados Unidos entraban en guerra con España a causa de la cuestión de la Florida occidental, los norteamericanos tomarían a Cuba. La posesión de la isla - manifestó Jefferson - era "necesaria para la defensa de la Luisiana y la Florida por ser la llave del golfo". Jefferson no admitía más alternativas dentro de su criterio de que, las tierras ambicionadas por los EE.UU. debían permanecer en las manos más débiles, que la de que Cuba continuara en poder de España, hasta que los norteamericanos pudieran tomarla.

En abril de 1809, le escribía a Madison: "Napoleón dará, seguramente, su consentimiento para que recibamos la Florida, también habrá de darlo, no de manera tan fácil, posiblemente, para que admitamos a Cuba".

Durante todo el siglo XIX y hasta el inicio de la guerra hispanoamericana, la cuestión de la adquisición de Cuba por los EE.UU., estuvo en la agenda de la mayoría de los presidentes estadounidenses, adquisición que por diferentes motivos e intereses, fundamentalmente la oposición británica, no llegó a concretarse hasta finales de siglo.

Cinco intentos de compra recoge la historia en este período.

La guerra de EE.UU. con Inglaterra de 1812 a 1814 y la oposición de esta nación a los intereses norteamericanos con respecto a Cuba, fueron un freno.

La Doctrina de Monroe se proclamó, como una consecuencia directa del choque de los Estados Unidos y la Gran Bretaña en Cuba en 1822 y 1823; fue un golpe diplomático y su objetivo profundo era servir a los fines de la expansión.

La política de los Estados Unidos hacia Cuba se mantuvo invariable durante varios años. Adams, que la formuló en términos claros como secretario de estado de Monroe, la ratificó cuando sucedió a éste en el período de 1825 a 1829.

Los EE.UU. preveían la adquisición de Cuba a largo plazo. Se trataba de un caso de aplicación del principio de espera paciente, manteniendo la presa en las manos más débiles.

Los sucesores de Monroe y Adams, mantuvieron la política por éstos fijada hasta la presidencia de Polk. En 1848, éste propuso ofrecer 100 millones de pesos por Cuba a España, luego de haber concluido la expansión hacia California, Texas y Nuevo México. España no transigió.

Cuba siempre ha sido un país paradójico.

Cuando comenzamos a tener conciencia nacional e identidad cultural propias, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, los acontecimientos en Haití y la rebelión encabezada por T. Lovertour, conjuntamente con el incremento de la trata de esclavos en Cuba, frenaron las primeras intenciones libertarias por miedo a la sublevación de éstos y, paradójicamente, nació el sentimiento anexionista.

Algunos cubanos de entonces, vieron en la naciente república en expansión del norte, la solución a sus inquietudes de libertad, seguridad y prosperidad. Pero esto llevaba a otra contradicción: la pérdida de la joven nacionalidad cubana.

Mientras se balcanizaba la América hispana, producto de las guerras independentistas de principios del siglo XIX, del otro lado del Estrecho de la Florida, la pujante nación norteamericana se expandía y mantenía la unión.

Los anexionistas cubanos, que desde 1822 no cabildeaban ante el gobierno norteamericano, luego de ser rechazadas las propuestas de un tal Mr. Sánchez, a sugerencia de Adams, volvieron nuevamente a la carga influidos por el interés de los estados del sur, de extender la "peculiar institución de la esclavitud" para aumentar su poder político en el Congreso de la Unión. Se constituyeron comités, se fundó un periódico para promover la anexión y se creó una junta revolucionaria en Nueva York. La agitación por la anexión o por la separación de Cuba de España cobró gran fuerza, tanto en la isla como en los Estados Unidos, principalmente en los estados sureños.

El Gral. Narciso López se puso al frente de este movimiento y fue secundado por personalidades de la política estadounidense del sur, tales como: Jefferson Davies, el Gral. Quitman, Buchanan, Pierre Soulé y otros; pero el presidente Taylor y el vicepresidente Fillmore, no apoyaron estas iniciativas, pues trataban de lograr entonces un entendimiento entre el norte y el sur que impidiera la secesión.

No obstante, Narciso López prosiguió con sus planes y, luego del fracaso de la expedición de "El Criollo", en mayo de 1850, logró el concurso personal del Cnel. Crittenden, quien como su segundo y junto a decenas de norteamericanos y cubanos, desembarcaron en Pinar del Río a bordo del Pampero, pagando con su vida y con la de casi todos sus compañeros, el intento de arrancar a Cuba de España.

La ejecución de Crittenden y cincuenta de sus hombres en las faldas del Castillo de Atarés, el 27 de septiembre de 1851, y la de Narciso López, agarrotado el 1° de octubre, en La Habana, produjo fuertes reacciones en el sur de los EE.UU. y las protestas contra la actitud del gobierno norteamericano y el español, fueron generales.

El presidente Franklin Pierce, aprovechando el incidente del buque norteamericano Black Warrior, apresado en la bahía de La Habana, el 28 de febrero de 1854 por las autoridades aduanales españolas y, conociendo de la crisis gubernamental que atravesaba España a la sazón, trató, intimidatoriamente primero, y luego gestionando la compra por 130 millones de pesos, de adquirir la isla. "Negociar con Cuba - respondió el ministro de estado español en las Cortes Constituyentes - es negociar con el honor nacional".

El presidente Buchanan trató de mantener la idea de la compra, pero la guerra de secesión de 1861 a 1865 era ya un hecho.

Con el triunfo de las fuerzas del norte y la abolición de la esclavitud, el anexionismo sufrió una dura derrota.

El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes dio inicio a la Guerra de los Diez Años en su finca La Demajagua.

El 10 de abril de 1869, se proclamó la independencia en Guáimaro, se aprobó una Constitución y se eligió presidente a Céspedes. Una petición de reconocimiento a los EE.UU. fue aprobada pocos días después por la Cámara de Representantes a la nueva república, sancionada por el presidente y enviada al representante de los cubanos revolucionarios en Washington, José Morales Lemus.

El entonces presidente de los EE.UU., Gral. Ulises Grant, cuyo consejero principal era amigo de la causa de los cubanos, el Cnel. Rawlins, dijo en una entrevista privada junto al entonces secretario de estado, Sr. Fish, a Lemus: "Sosteneos un poco más de tiempo y obtendréis más de lo que pensáis".

Pero los Estados Unidos mantenían una reclamación al gobierno británico por haber éstos colaborado con las fuerzas sudistas durante la Guerra Civil, como el caso del crucero Alabama, que junto a otros, construidos en los astilleros de Liverpool, ocasionaron grandes daños a las fuerzas del norte. Si el gobierno norteamericano reconocía la beligerancia de las fuerzas cubanas, no harían más que justificar lo que los ingleses habían hecho durante la guerra civil; así que, nuevamente, Inglaterra se interponía en el asunto de Cuba. No obstante, Fish intentó nuevamente la compra de la isla a España, pero ésta se volvió a oponer. Luego de terminada la Guerra de los Diez Años, los Estados Unidos desviaron su atención hacia la América Central y a la posibilidad de un canal interoceánico.

Por aquellos tiempos se editó el tercer libro del Cptán. Alfredo Thayes Mahan - quien luego fue almirante - "Interest of United States in Sea Power" de profunda influencia en las decisiones de la época, tanto en la política naval como en la política exterior en general, desde 1887.

De él son estas palabras: "Es tan vano ahora como lo fue siempre, esperar que los gobiernos actúen continuamente en otro terreno que no sea el del interés nacional. Tampoco tienen derecho a proceder de otra manera, siendo como son, mandatarios y no propietarios de la cosa (...) Los gobiernos son corporaciones y las corporaciones no tienen alma (...) deben colocar en primer término el interés de aquellos que están confiados a su protección o su tutela (...) el de su propio pueblo".

No fue hasta la década de los 90 que, producto de los intereses geopolíticos de la Gran Bretaña, ésta se desentendió de la cuestión cubana dejando las manos libres a los EE.UU.

El 24 de febrero de 1895, comenzó la Guerra de Independencia dirigida por José Martí. Ya durante el año 1896, el presidente Cleveland y su secretario de estado, Olney, instaron a los españoles a resolver la cuestión cubana, pero no fue hasta el mandato de William Mckinley - quien tomó posesión el 4 de mayo de 1897 - que comenzó el fin de la larga espera de los EE.UU. por hacerse del control de la isla.

La guerra cubana de 1895, que entre sus objetivos estratégicos se proponía cerrar el paso a la dominación expansionista norteamericana en el Caribe y la América Central, contradictoriamente produjo resultados opuestos.

Ya el 26 de junio de 1897, el secretario de estado, Sherman, dio a conocer una enérgica protesta al gobierno español por los atropellos del Gral. Valeriano Weyler en la isla. El embajador Woodford dio plazo hasta el 31 de octubre para que se resolviera el asunto de Cuba.

El 8 de octubre fue relevado el Gral. Weyler por el Gral. Blanco.

El 26 de noviembre, la Gaceta Oficial de Madrid, publicó el texto de la Constitución Autonómica de Cuba y Puerto Rico. Los cubanos, como era de suponer, no aceptaron las reformas españolas y prosiguieron las hostilidades.

El crucero acorazado Maine fue destacado a La Habana en visita amistosa y, el 15 de febrero explotó misteriosamente, muriendo 2 oficiales y 250 marinos.

Mientras se realizaban las investigaciones pertinentes, el gobierno de Mckinley intentó solucionar la crisis mediante compra, y ofreció 300 millones, pero todo fue inútil.

La terquedad del gobierno de España, el informe final de la Comisión Investigadora y la gran campaña de la prensa norteamericana incitando a la guerra, con el grito de "Remember the Maine", crearon las condiciones para que los EE.UU. asestaran el tiro de gracia al ya moribundo imperio español.

Si alguien nos preguntara sobre la destrucción del Maine diríamos que, si no fue un accidente, probablemente lo volaron los cubanos anexionistas, pues eran los únicos que tenían algo que ganar con semejante masacre.

La intransigencia históricamente reconocida de los cubanos, en su lucha contra la opresión española y la crueldad demostrada por España, provocó un gran sentimiento de solidaridad del pueblo norteamericano. Gracias a estos estados de opinión pública, más los cambios de principios de siglo en la práctica y en la política expansionista, sumada a la beligerancia de los cubanos en su afán por la independencia, hicieron posible que en Cuba se estableciera la República Mediatizada el 20 de mayo de 1902.

Ahora toda esta apretada síntesis nos puede parecer historia antigua, pero... ¿qué experiencia pudiéramos deducir de estos hechos?

Conclusiones.

En un artículo periodístico publicado en El Nuevo Herald, el miércoles 25 de junio de 1997, el opositor pacífico cubano, Ariel Hidalgo, señalaba siete razones contra el embargo:

  1. Nos han distraído con una estrategia inefectiva.
  2. El embargo convierte al gobierno cubano en víctima.
  3. La necesidad material retrasa la libertad.
  4. El embargo justifica la ineficiencia económica.
  5. El embargo afecta más al pueblo que al gobierno.
  6. El embargo justifica la represión contra los disidentes.
  7. La incomunicación retrasa una toma de conciencia.

Y nosotros añadiríamos, como corolario de la historia pasada y reciente que:

  1. El embargo pretende, probablemente, mantener a Cuba en las manos más débiles para que, mediante una espera paciente la isla tienda, por ley natural, hacia sus pretenciosos de siempre: los EE.UU. nuevamente.

Pareciera como si ciertos sectores de la política exterior de los Estados Unidos, retroalimentados entre sí con los anexionistas contemporáneos, promovieran el resurgimiento del ancestral Destino Manifiesto.

En el futuro cercano, con una masa migratoria de más de 1 millón de cubanos, de cubano-norteamericanos y de norteamericanos de origen cubano, con representación en el Congreso Nacional, ¿en qué medida se fortalecería el anexionismo histórico?

Sólo un proceso de reconciliación nacional, mediante el diálogo pacífico entre todos los cubanos respetuosos de nuestra soberanía y nuestra nacionalidad, en un contexto de normalización del estado de tensiones entre Cuba y los Estados Unidos, alejaría estos potenciales peligros.

Desaparecido el fantasma del enemigo conveniente, también desaparecería el miedo a la renovación de la sociedad entre otras cosas.

El gobierno cubano se vería conminado a cumplir con los acuerdos contraídos y firmados en Viña del Mar el pasado año, y tendría que responsabilizarse por sus actos y su incompetencia para desarrollar el país y sacarlo de la crisis económica, política y moral en que está inmerso. Las violaciones de los derechos fundamentales de la persona humana no tendrían justificación y los procedimientos democráticos, como el plebiscito, para consultar al pueblo sobre sus deseos e intenciones, no se podrían seguir soslayando.

Quedarían sin apoyo quienes, como antaño, esperan que los EE.UU. resuelvan "el problema cubano"; los herederos del anexionismo histórico, los extremistas que piensan que la violencia puede generar la paz, los que prefieren un baño de sangre que lave sus odios y su sed de venganza; en fin, los terroristas de derecha o izquierda, que creen que puede nacer una paloma de un huevo de serpiente.

Sólo la tolerancia, el respeto, la voluntad política de renovación pacífica, sin pretextos y sin intervenciones foráneas, son el camino hacia la libertad, la democracia participativa y la probidad. Este camino debemos de andarlo juntos, unidos todos los que comulgamos por la salvación nacional, el respeto a nuestra soberanía y la no-violencia, pues todos estamos involucrados, por acción u omisión, en nuestro devenir histórico, independientemente de presupuestos políticos.

Sabemos que, probablemente, el grupo que desempeña el papel principal en el desarrollo de la sociedad en un período, no será el que desempeñe igual papel en el siguiente, y ello por la sencilla razón de que estará demasiado imbuido en las tradiciones, los intereses y las ideologías de períodos anteriores, como para poder adaptarse a las exigencias y las condiciones del próximo.

Pero la patria ni se circunscribe ni se agota en un grupo o en una generación de hombres y la continuidad del desarrollo histórico de la nacionalidad cubana, nada ni nadie podrá detenerlo.

Tiempos nuevos reclaman ideas nuevas.

En los albores del siglo XXI, se hace necesaria una reconsideración por los políticos y los gobernantes de los Estados Unidos, de las realidades de los nuevos tiempos y de las nuevas políticas que deben modelar el futuro de las relaciones entre Cuba y sus vecinos del norte para que, finalmente, éstas puedan basarse en la justa comunión de intereses, el respeto, la amistad y la solidaridad entre ambos pueblos, unidos ya de hecho, por la historia.

Por Siro del Castillo Domínguez y Rafael León Rodríguez.

Bibliografía:

  1. La expansión territorial de los Estados Unidos. Ramiro Guerra.
  2. What is history? Edward Hallet Carr.
  3. Historia de la isla de Cuba. Carlos Márquez Sterling y Manuel Márquez Sterling.